Las experiencias, buenas o malas, nos entregan recursos mentales, los que, bien utilizados, nos sirven para hacer frente a las dificultades a que estamos expuestos en nuestro devenir. Sin embargo, para conocer la realidad, debemos tener claro las limitaciones que tiene el instrumento que utilizamos para su acceso: el conocer.
La mente con la que contamos es fruto de una historia de experiencias que determinan la forma de percibir la realidad, y esta influencia del pasado distorsiona la percepción objetiva. Por otro lado, la mente, en su afán de evitar el dolor, usa mecanismos defensivos que también distorsionan la percepción de la realidad y el pensamiento.
Conocer una nueva realidad es abrirse a una perspectiva diferente a la que ya se posee. Una idea nueva, un concepto diferente, cuestiona nuestras convicciones, la forma de mirar las cosas y la vida que nos ha sostenido hasta ese momento. Exige abandonar lo que se tenía, a lo que se estaba aferrado. En cierto sentido, conocer es psíquicamente doloroso. Por otro lado, requiere esfuerzo y capacidades ad hoc al problema. El dolor, el esfuerzo y las capacidades que exige conocer conducen a evitaciones, pereza y errores, todo lo cual se traduce en sesgos y falacias. De allí que, si queremos entender en qué consiste hacer experiencia en la dimensión del conocer, no solo debemos considerar las distintas formas de pensamiento. Debemos entender, además, cuáles son y en qué consisten las falacias y sesgos del inconsciente y las falacias y sesgos cognitivos y afectivos frente a la toma de decisiones al azar y las probabilidades."
* Texto citado de "Felicidad sólida" 2019, R. Capponi. pag. 408.
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